SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El proceso de trabajo por cuenta propia.-

Estos dos modelos expuestos de una forma tan somera, tan superficial, están en el fondo de lo que en la realidad actual llamamos economía de mercado.

Cabe profundizar un poco más en el primer modelo señalado.

Los trabajadores por cuenta propia desarrollan su actividad en su proceso de trabajo individual. Las condiciones materiales de su trabajo –que, recordemos, son de su propiedad- han de adaptarse a esta característica  fundamental. También en la extensión del terreno – en el caso del labrador- o del local, como en las modalidades de las herramientas o en las cantidades manejadas en materia prima, hay que prestar atención a esta limitación: se trata de un solo trabajador. Esto acarrea necesariamente una limitación severa en la productividad de su trabajo. Con la limitación en la extensión del terreno, del local y en las herramientas o máquinas utilizadas, al tener que adaptarse a las capacidades de un solo trabajador, no se puede pretender una cantidad de producto por hora de trabajo que supere estas condiciones limitadas. Es inútil, en este caso, compararse, como veremos más adelante, con la llamada productividad a escala (un solo proceso de trabajo, pero combinando gran cantidad de trabajadores y utilizando más máquinas y más complejas; la productividad es mucho mayor).

Esta característica del trabajo por cuenta propia, presente en el caso de los campesinos y artesanos europeos del período que consideramos, ha desempeñado un papel fundamental en procesos históricos tan importantes en nuestro pasado reciente como ha sido la experiencia comunista en la desaparecida Unión Soviética. Esta baja productividad del campesino individual aparecía ante Lenin, y sobre todo ante Stalin, como el gran obstáculo a superar mediante la agrupación en grandes explotaciones agrícolas colectivas. Más adelante veremos con algún detalle este proceso que tan mal acabó.

Este modelo sencillo de producción individual por cuenta propia, es también de utilidad para hacer algunas consideraciones sobre el valor y su comportamiento en el seno de este modelo.

Habíamos empezado a introducirnos en el concepto valor a través del ejemplo del ceramista y el herrero. Habíamos supuesto, en el caso del primero, que el valor del jarro consistía  en la cantidad de trabajo que el ceramista había encerrado, había materializado en él  (arrancar y transportar la arcilla, seleccionarla, acarrear y almacenar el agua necesaria, hacer el barro, trabajarlo en el torno, introducirlo en el horno o transportarlo al secadero, etc.), a esta suma de horas de trabajo habría que añadir las horas que le costó hacer el torno, y si no lo hizo él, las horas de su trabajo que debió entregar en forma de mercancías propias para que se las intercambiaran por el torno. Claro que estas horas de trabajo que costó el torno hay que repartirlas entre todas las mercancías que se producirán con él, lo mismo que ocurre en todas las herramientas. Esta operación, una vez practicada millones de veces en la realidad diaria, no ofrece especial dificultad, apareciendo en la contabilidad de las empresas con el nombre de amortización.

O sea, el valor contenido en las condiciones materiales del trabajo –locales, terrenos, herramientas, máquinas, materias primas- van pasando al producto a medida y en la proporción que participan en su elaboración. De forma que trasladan al producto las horas de trabajo que encierran, es decir, su valor. Ni una hora más, ni una hora menos, su valor. De esta manera la mercancía, una vez terminada, encierra las horas de trabajo que, en proporción, le han trasladado los medios de trabajo, más las horas de trabajo directo del propio ceramista. Horas de trabajo muerto las primeras, horas de trabajo vivo, las segundas. Así las denominan los estudiosos.

Observaremos que las condiciones materiales del trabajo, a medida que van trasladando su valor a las mercancías en cuya elaboración participan, lo van perdiendo hasta llegar a no tener valor ninguno. Esto normalmente coincide con su total desgaste funcional y su reposición.

Este característico comportamiento del valor en las condiciones materiales del trabajo, cobra una importancia especial en la prestación del trabajo por cuenta ajena. Y sobre todo, en su teorización, en la reconstrucción mental del proceso real al que nos referimos.

Este modelo de productores individuales y sus intercambios mercantiles, nos permite también desvelar, parcialmente, el misterio que rodea al dinero (“el dinero lo puede todo”, “el dinero mueve al mundo”). El dinero hemos visto que en principio es una mercancía más (antes que los metales preciosos había sido utilizado el trigo, el ganado, la sal). El oro y la plata, como todas las mercancías tienen un valor de uso para cubrir determinadas necesidades –dientes postizos, joyas- y un valor de cambio (unas horas de trabajo intercambiables). Para facilitar esta función (la de servir de cambio por todas las demás) estas mercancías tienen la ventaja de su durabilidad, fácil transporte, se las puede fraccionar (dividir en partes más pequeñas para adaptarse al valor de la mercancía comprada o vendida). Esto las hace adecuadas en nuestras sociedades para funcionar como dinero, es decir, como la mercancía en la que todas las demás se miden (tal mercancía tiene tantas horas de trabajo –valor- como un gramo de oro – que tiene esta moneda-).

Si tenemos monedas (trozos) de oro o plata, tenemos almacenadas horas de trabajo, que podemos intercambiar por mercancías que tengan las mismas horas de trabajo, y además eso lo haremos cuando queramos; mientras, las guardamos, las atesoramos. Quien tiene muchas monedas guardadas, puede, cuando quiera, tener las más variadas mercancías. Por lo tanto, el ansia de dinero se explica por ese deseo de tener cubiertas las necesidades presentes y futuras, cosa que no parece encerrar demasiado misterio.

El dinero, que siempre es un medio para facilitar el intercambio de las mercancías, puede tener un soporte físico distinto del metal, el papel, por ejemplo. La cuestión consiste en que el papel pasa a ser, no un valor en sí, sino una representación de valor. Es suficiente que el Estado –y en su nombre el Banco Oficial– certifique que ese papel representa tal cantidad de oro (valor), para que nos sirva como si efectivamente se tratase de ese metal. Igualmente se puede guardar o intercambiar por otra mercancía. Con lo cual, el sentido mágico que tenía el dinero-oro, pasa a ocuparlo el dinero-pape

 

Por último, este modelo nos permite empezar a entender un serio problema que se planteó a los comunistas en la Unión Soviética.

Lenin y su Gobierno, y Stalin y el suyo, se plantearon que para aumentar la productividad de los campesinos –procesos de trabajo individuales-, se hacía necesario agrupar sus parcelas y por lo tanto sus trabajos, para así poder utilizar medios y herramientas de trabajo más potentes –tractores y cosechadoras en lugar de arados y hoces-. Se utilizarían abonos químicos en lugar de abono animal. Se trataba, pues de aumentar la productividad mediante la utilización de gran maquinaria y organizar la producción agrícola con arreglo a un plan previamente estudiado y acordado. Este plan  a su vez, venía incluido en otro mayor que comprendía la industria, la minería, la pesca y por fin, también el consumo.

Pretender que toda la producción, el intercambio, y el consumo del país se ordenara de acuerdo a un plan previamente elaborado, significaba un cambio brutal.

En la teoría, en la representación mental, se expresaba de la manera siguiente. En el mercado expresan las mercancías su valor, enfrentándose unas con las otras. Para que pueda existir el mercado es necesario que existan productores independientes los unos de los otros, que elaborando las mercancías en sus procesos de trabajo, independientes estos también los unos de los otros, las intercambien entre sí. El valor, lo que entendemos por valor, es por tanto, una forma de organizar el reparto del trabajo y sus productos en una sociedad. La existencia de productores independientes que se relacionan en el mercado es la base necesaria de este tipo de organización.

Otra forma de organizar en una sociedad, el reparto del trabajo, y sus frutos, es la planificación. La distribución de los medios de trabajo, de los trabajadores y del fruto de su trabajo, se hace en este caso de una forma estudiada, discutida, acordada y global. Se calcula cada año (cada cinco años –planes quinquenales en la URSS), lo que se ha de producir, cómo se va a producir, quién lo producirá y cómo se distribuirá el producto.

Organizar la producción en una sociedad, de forma previa, significa evaluar las necesidades de esa sociedad y adecuar a ellas la producción, es decir, aislar, estudiar y evaluar cada una de las operaciones que integran la producción (adquisición, reparto y control de maquinaria, materias primas, organización técnica del trabajo),coordinar todo el conjunto y armonizarlo con el conjunto de necesidades individuales y sociales a las que han de dar solución (que también han de ser aisladas para su estudio, así como evaluadas y coordinadas). Todo ello requiere un nivel de conocimientos técnicos, un grado de madurez cultural y sobre todo, un grado de penetración y dominio social por parte de los trabajadores y sus organizaciones, que en la Europa de la época analizada, y menos en la Rusia de entonces, no existía en el grado que se hubiera necesitado.

Sabemos, sin embargo, que el comunismo apunta hacia algo muy parecido a lo que acabamos de indicar.

El mercado se apoya en unas bases para poder existir, y funciona mientras éstas existan. La planificación, igualmente, exige unas condiciones técnicas y sociales que en el período estudiado no existían.

Para hacernos una idea de los problemas que representa una planificación de la producción, la distribución y el consumo a la escala de una sociedad, no tenemos más que trasladarlos al marco de una sociedad más pequeña, la familia (una familia campesina).

Una familia campesina no tienen problemas especiales para planificar la producción del año próximo. Prepara la tierra, almacena la simiente necesaria, cuida y repara los aperos y los animales o la maquinaria que se utilizará, distribuye previamente las tareas entre los miembros de la familia.

Para la distribución y el consumo entre sus miembros, la familia tampoco tendría dificultades especiales en su ordenación previa, en su planificación.

Y si la familia fuese más grande, mucho más grande ¿podría planificar su reproducción, esto es, su producción, distribución y consumo?

La familia que conocemos en la actualidad (la familia campesina del ejemplo) se reproduce según las pautas indicadas. Planifica su reproducción distribuyendo las tareas de producción entre sus miembros (de cada uno según sus capacidades), y reparte el producto obtenido entre los mismos (a cada uno según sus necesidades). El Manifiesto Comunista señalaba con estas palabras precisas el futuro que intentaba construir. Solo que aquí hablamos de la organización interna en el seno de la familia, y esas palabras del Manifiesto se refieren a la sociedad entera, o sea, a un conjunto de familias o unidades económicas. Por grande que sea la distancia entre la unidad económica (producción, distribución, consumo) pequeñita, la familia y la unidad económica grande (un país), o muy grande (toda la humanidad), los mimbres con  los que se construye el cesto de su planificación son los mismos: capacidad técnica y  control social.

Estas ideas nos irán introduciendo en el fondo de lo que se ventila cuando se habla de planificación y de comunismo. Hay que sentar primero unas ideas, unos conceptos sin los que el comunismo no es más que un sentimiento, y no, al mismo tiempo, un conocimiento.

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